Mucha gente me pregunta a
menudo sobre mi vida, como si ya no me quedara a penas tiempo para
seguir existiendo. Ante dicha cuestión, normalmente me río y
respondo “pues como todo el mundo, aburrida y simple”. Si
me insisten mucho suelo decir que siempre fui una niña especial y
que, por ello, acabé siendo una adolescente sin futuro que un día,
harta de burlas, se armó de valor y se propuso convertirse en todo
aquello que soñaba llegar a ser algún día. Luego concluyo diciendo
que, sin saber cómo ni por qué, un día me desperté y me di cuenta
de que lo había logrado. Pues bien, para vuestra sorpresa, es todo
mentira.
3 de
diciembre de 1992, Mataró (Barcelona)
Pasé los 3 primeros años
de mi vida pegada a mi madre, jugando sobre la mesa del salón con
mordedores mientras ella intentaba recoger las cosas, o sentada en
una silla gigante de su oficina y viéndola montar piezas diminutas
que, cuando eran defectuosas, acababan en mis manos. En aquella época
me aprendí de memoria los nombres de todos los personajes de los
culebrones que ella veía y, tenía tal adoración por mi padre que,
cinco minutos antes de que llegase a casa, salía corriendo de mi
cuarto y le esperaba en el recibidor.
Al entrar a la guardería
todo cambió, mis padres se divorciaron y yo me empecé a sentir muy
sola pero, no fue por la separación sino por el hecho de que no
sabía quien era yo. Todos los niños tenían muy claro qué
querían ser, en qué pretendían convertirse pero yo, lo único que
quería era no crecer ni morirme
jamás. Fue entonces cuando mis padres se dieron cuenta de
que era diferente a los demás niños pues, mientras ellos querían
ser mayores y pasar tiempo jugando entre ellos, yo quería quedarme
sentada dibujando, hablando con mis pensamientos. Empecé a aislarme
y a considerar que mis amigos eran mis peluches, los cuales me
contaban sus penas, a veces demasiado difíciles para que una cría
como yo pudiera entenderlas.
Los profesores comenzaron
a tenerme como un “imposible” de llegar a educar y, por ello,
empezaron a tenerme manía. No lo digo por decir, de hecho, en P-5
nos pidieron a todos los niños que dibujásemos una casa y todos
pintaron un cuadrado de color amarillo y, sobre éste, un triángulo
rojo. ¿Sabéis qué dibujé? Un cuadrado azul con los marcos de las
ventanas negros y de cristales con círculos blancos, los cuales dije
que eran nubes. ¿Respuesta del profesor? “Las casas azules no
existen. Borra todo y vuelve a empezar”. Me negué en rotundo y
dije que las casas son como la gente quiere que sean y por tanto, lo
dejé todo tal cual estaba.
Aquella no fue la única
ocasión en que un profesor intentaba anular mis ideas sino que, en
segundo de primaria, otro sujeto intentó hacerme repetir por que
dijo que era la más atrasada de mi clase ¿Los motivos? Tenia una
imaginación tan desbordante que, al terminar los exámenes, justo
antes de entregarlos, me ponía a dibujar cosas extrañas en los
bordes de éstos. Le dio a elegir a mis padres entre enviarme a un
psicólogo para ver si realmente lo que yo tenía era un retraso
mental grave o hacerme repetir curso. Pagaría por ver ahora mismo la
cara que puso aquel capullo al ver los resultados y enterarse de que
yo, no era precisamente una niña retrasada sino, más bien, alguien
con inquietudes un poco superiores a lo normal (ahí lo dejo por
que paso de lidiar con anónimos tachándome de mentirosa). Lo
que realmente me pasaba, era que mi propia imaginación me hacia
negarme a aceptar que el tiempo pasaba y que yo tenía que actuar
como una “niña mayor” y dejar atrás la infancia. Lo que yo
quería era ser Peter Pan o, quizás, un personaje manga, eternamente
perfecto y sonriente.
En aquellos momentos,
para lidiar con mi tristeza interior, mi madre decidió regalarme un
perro el cual se convirtió en mi primer mejor amigo pero, aún así,
la paranoya me duró hasta primero de la ESO, donde seguía hablando
sola y alejándome de los demás pero, ésta vez, yo misma admitía
que era diferente al resto. Vestía a mi manera, escuchaba música
distinta, y tenía otro concepto del mundo en el que las mentiras me
podían ayudar a ser un poco más parecida al resto. ¿Igualdad?
¿Fraternidad? Aquellas ideas mías se fueron al traste con los
primeros insultos, los primeros golpes y los primeros chicos que me
rechazaron por ser “rara” o “marginada”. Mis ojos, mi pelo y
mis ridículos pechos se convirtieron en objeto de burla y,
nuevamente, los profesores volvieron a poner en duda mis capacidades,
poniendo piedras en mi camino y no creyéndome cuando les pedía
ayuda. También fue entonces cuando mi perro fue llevado a la
protectora de animales y, ante aquella situación, empecé a hablar
mucho pero a no contar nada, a tener ataques de ira de vez en cuando
y a enfocar toda esa rabia contenida en la persona a la que creía
culpable de mi absoluta y eterna oscuridad. Mi padre.
A los 14 me harté de
todo y golpeé a un chico. Por llamarme loca, solo por eso. Le di tan
fuerte que pude sentir como sus huesos crujían bajo su piel. Deseé
haberle dislocado la mandíbula pero, por suerte, tan solo le
provoqué un moratón. Fue en ese instante cuando me di cuenta de que
podía cambiar las cosas. Decidí empezar a enfrentarme a quienes no
creyeron en mí y, no solamente defenderme a mí misma, sino a las
demás personas que, como yo, no tenían medios para poder hacerlo.
Dos o tres años más tarde cree a Lilly Memories (si, aquella chica
“anónima” que todo lo sabía sobre las Vip Groupies, era yo) y
me definí a mí misma bajo el seudónimo Nikky Neèz. Me volví una
adicta al RedBull, a la sinceridad y a ayudar a los demás. Dejó de
importarme la opinión que el mundo tenía sobre mí y empecé a
centrarme en esquivar las balas. Fueron los “no puedes” y
los “no serás nadie en la vida” los que me impulsaron a
seguir adelante y luchar por mi futuro. Todo aquel dolor y rabia
contenidos se convirtieron en el detonante exacto que me sirvió de
incentivo para no repetir jamás un curso, sacarme la ESO, el
Bachillerato, la Selectividad y entrar en la Universidad.
Más tarde y, por primera
vez, me enamoré perdidamente y dejé de vivir por los demás. Eché
de mi vida a todas aquellas malas decisiones y amistades dañinas que
me habían acompañado durante toda mi vida y, aquí estoy ahora,
siendo yo misma y abriendo mi corazón para que otros que, como yo,
han vivido con el miedo de que el mundo no les entienda, luchen por
demostrar lo que realmente valen. Ahora se que la igualdad no existe
pues, todos somos únicos y especiales a nuestra manera y nadie debe
juzgarnos por ello. Somos auténticos, irreemplazables e
imprescindibles y quien se atreva a cuestionarlo no es más que una
minúscula mancha negra en mitad de un gran salón rojo, es decir, nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario